Se denomina como arquitectura pasiva aquella que no precisa de equipos mecánicos para conseguir el confort, es decir, para obtener el acondicionamiento higrotérmico. Sin embargo esta arquitectura sí precisa de la actitud pasiva del usuario.
"Future-proofing London: Mitigation strategies for a changing global climate" in "Imagining the Future City: London 2062", edited by Sarah Bell & James Paskins, Ubiquity Press, Nov 2013 |
Si analizamos los edificios en relación con la estrategia que emplean de cara a cómo se consigue el confort térmico en su interior, podemos dividirlos en dos grupo: los edificios pasivos o bioclimáticos y los activos o "convencionales".
Los primeros emplean estrategias que optimizan las condiciones climáticas y los recursos naturales de su entorno (sol, vegetación, lluvia, viento), transformando los elementos climáticos externos en confort interno, gracias a un diseño inteligente, con soluciones apropiadas y adaptables a las condiciones climáticas del lugar. Para ello, el diseño de un edificio debe hacerse globalmente de modo que sus diferentes elementos compongan un todo armónico, al tiempo que cada uno de ellos cumpla una función bioclimática y funcional.
Los primeros emplean estrategias que optimizan las condiciones climáticas y los recursos naturales de su entorno (sol, vegetación, lluvia, viento), transformando los elementos climáticos externos en confort interno, gracias a un diseño inteligente, con soluciones apropiadas y adaptables a las condiciones climáticas del lugar. Para ello, el diseño de un edificio debe hacerse globalmente de modo que sus diferentes elementos compongan un todo armónico, al tiempo que cada uno de ellos cumpla una función bioclimática y funcional.
Por contra, los segundos se apoyan en los avances tecnológicos para modificar las condiciones interiores por medio de sensores y equipos mecánicos que consumen energía. El principal problema de estos edificios es que, en la mayoría de los casos, son diseñados por parte de los arquitecto teniendo en cuenta únicamente condiciones formales-estéticas y funcionales, y posteriormente son los ingenieros quienes tienen que acondicionar de forma lo más eficiente posible un artefacto arquitectónico que ha sido proyectado de espaldas a las características climáticas del lugar donde se va construir (radiación solar, orientación solar, viento, precipitaciones, luminosidad ambiental, etc.), los recursos naturales con los que se cuenta (topografía del terreno, vegetación, etc.) y los condicionantes locales (ubicación, latitud, altura, contaminación, estructura urbana, etc.), por lo que la labor posterior de acondicionamiento mecánico se vuelve en muchos casos compleja.
Pero si en lugar de fijarnos en el funcionamiento del edificio lo hacemos de los usuarios de cada uno de ellos, las condiciones se invierten y tenemos que en el caso de los edificios con un alto grado de tecnificación, como son los edificios domóticos o inmoticos, el usuario pasa a un plano pasivo, eliminando la capacidad de éste para intervenir en la gestión de los elementos tecnológicos del mismo, gracias a la incorporación de una serie extensa de mecanismos de gestión, mientras que en la arquitectura bioclimática el usuarios tiene una función activa.
¿Pero cuál es la función del usuario en los edificios pasivos?
En un edificio bioclimático se suman las estrategias pasivas de diseño con los ajustes realizados en cada momento por el usuario, que terminan de acomodar las condiciones higrotermicas del edificio con las necesidades puntuales y adaptadas a sus condiciones endógenas (edad, sexo, constitución, vestimenta, actividad, etc.) en cada momento.
Esto implica activamente al usuario en un correcto juego de apertura y cierre de los huecos para la adecuada regulación del paso u obstrucción de los distintos agentes climáticos por medio de elementos como portones, cristales, fraileros, cortinas, etc.
Un ejemplo podría ser el control de la iluminación y las ganancias solares: mientras que en un edificio bioclimático, el usuario tiene el control de toldos, persianas o contraventanas, tenemos el caso opuesto más claro en el edificio del Instituto del Mundo Árabe de Jean Nouvel que en su fachada sur cada cristal cuadrado tiene una serie de células fotoeléctricas semejantes al diafragma de una cámara de fotos que se abren cuanto menos luz exterior reciben y viceversa.
Esto implica activamente al usuario en un correcto juego de apertura y cierre de los huecos para la adecuada regulación del paso u obstrucción de los distintos agentes climáticos por medio de elementos como portones, cristales, fraileros, cortinas, etc.
Un ejemplo podría ser el control de la iluminación y las ganancias solares: mientras que en un edificio bioclimático, el usuario tiene el control de toldos, persianas o contraventanas, tenemos el caso opuesto más claro en el edificio del Instituto del Mundo Árabe de Jean Nouvel que en su fachada sur cada cristal cuadrado tiene una serie de células fotoeléctricas semejantes al diafragma de una cámara de fotos que se abren cuanto menos luz exterior reciben y viceversa.
Fachada del Instituto del Mundo Árabe, París. |
Lo mismo sucede si nos referimos a la ventilación. Mientras que en una vivienda pasiva el usuario puede jugar con la apertura parcial o total de los huecos estratégicamente distribuidos, en un edificio "mecanizado" la ventilación se realiza por medio de bombas de ventilación y mediante conductos, que no solo regulan el volumen de aire renovado, sino que en la mayoría de los casos lo climatiza e incluso filtra.
Con todo esto, tenemos que frente a una arquitectura en la que el usuario es mero espectador y donde la tecnología se encarga de forma silenciosa de buscar las condiciones de confort, a costa de unos consumos energéticos en algunos casos nada despreciables y ante la imposibilidad de realizar ajustes -algo que puede llegar a causar condiciones de disconfort si por ejemplo se dan unas condiciones interiores (de uso, ocupación, redistribución de volúmenes de aire,...) no previstas en diseño-, en la arquitectura bioclimática es necesario devolverle parte de la responsabilidad de la gestión del edificio a los usuarios, ya que en ellos el factor humano es la última pieza de ajuste del funcionamiento higrotérmico del inmueble, lo que obliga a que los usuarios conozcan cómo trabaja el edificio y cuál es la mejor actuación a realizar en cada momento, a partir de una labor de concienciación y educación de éste.
Con todo esto, tenemos que frente a una arquitectura en la que el usuario es mero espectador y donde la tecnología se encarga de forma silenciosa de buscar las condiciones de confort, a costa de unos consumos energéticos en algunos casos nada despreciables y ante la imposibilidad de realizar ajustes -algo que puede llegar a causar condiciones de disconfort si por ejemplo se dan unas condiciones interiores (de uso, ocupación, redistribución de volúmenes de aire,...) no previstas en diseño-, en la arquitectura bioclimática es necesario devolverle parte de la responsabilidad de la gestión del edificio a los usuarios, ya que en ellos el factor humano es la última pieza de ajuste del funcionamiento higrotérmico del inmueble, lo que obliga a que los usuarios conozcan cómo trabaja el edificio y cuál es la mejor actuación a realizar en cada momento, a partir de una labor de concienciación y educación de éste.
Autor: Eduardo Martín del Toro, Dr. Arquitecto y Máster en Medio Ambiente y Arquitectura Bioclimática, propietario de Del Toro & Antúnez ARQUITECTOS.
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