Que es necesario proteger aquellos bienes inmuebles de significación e importancia, por sus características históricas, arquitectónicas, urbanas, etc., nadie lo pone en duda pero, en cuanto a la manera de llevar a cabo dicha protección, se ha escrito "ríos de tinta".
Dado que el hecho de proteger un edificio busca su conservación, esta medida nunca debe obstaculizar ni impedir dicho fin pero, por desgracia, el exceso de protección -en ocasiones- lo provoca. Este cuidado desmedido por la conservación tiene su origen, en algunos momentos, en la propia redacción de la normativa de protección y, en otros, en el celo con la que se hace cumplir, ya sea, por parte de la Institución o Administración correspondiente o por el propio funcionario o técnico que la supervisa.