Siempre es mejor hacer un edificio bien construido y acondicionado que estar posteriormente mejorándolo o adaptándolo, pero eso no quiere decir que no sea posible actuar sobre él para mejorar nuestras condiciones de confort.
Son frecuentes los casos en que un cliente nos realiza una consulta ya recurrente: han encontrado una vivienda (unifamiliar o piso) en venta que les gusta -dado que cumple sus expectativas de situación, precio, superficie, servicios, etc.- pero presenta un problema que ellos sienten irresoluble: "es muy fría y húmeda", con frecuencia incluso presentan manchas de humedad y olor a moho.
Gran parte del parque edificado español no posee unas características de envolvente térmica (paredes, suelos y techos) adecuada y en algunas regiones -a pesar de que el clima pueda tener inviernos fríos y húmedos (lo que aumenta la sensación de frío)- su capa de aislamiento es mínimo o -incluso- inexistente. Y entonces se presenta un problema aparentemente difícil de resolver: ¿cómo, en una edificación ya construida, añadir un material que normalmente se encuentra dentro de los muros de fachada o en capas intermedias de suelos y techos, lugares aparentemente ya inaccesibles una vez acabada la obra?
Sin embargo, existen numerosas soluciones que permiten, desde introducir el aislamiento en los espacios intermedios de la envolvente, a colocarlo tanto en su cara interior, como exterior. Este tipo de intervención es conocida como rehabilitación energética y consiste en la realización de una serie de mejoras en el edificio (o parte de éste), para mejorar las condiciones de confort interior, al tiempo que se minimiza la demanda y el consumo energético del inmueble, reduciendo -al mismo tiempo tanto- las emisiones de CO2 a la atmósfera como las facturas energéticas mensuales, siendo la principal estrategia en la lucha contra la pobreza energética. Además, en la mayoría de las ocasiones y para rentabilizar aún más la actuación, se combina con otras medidas como la mejora las condiciones estéticas, de habitabilidad, de salubridad, de accesibilidad, de seguridad estructural, constructiva y de las instalaciones.
Cada una de estas soluciones tiene sus ventajas y sus inconvenientes. Por ejemplo, el aislamiento de fachadas por el interior no elimina los puentes térmicos y resta superficie útil a la vivienda, algo que no sucede si se actúa por el exterior de forma global al conjunto de la fachada, pero permite que la obra se realice en una única vivienda dentro de un edificio plurifamiliar, sin necesidad del acuerdo de la comunidad. Como situación intermedia se presenta el relleno de la cámara de aire, que no elimina los puentes térmicos pero tampoco resta superficie útil, pudiendo aplicarse a pisos independientes, siempre y cuando el edificio cuente con muros de doble hoja.
También puede resultar más recomendable el empleo de unos u otros materiales (lanas minerales, poliestireno extruido, virutas de madera, etc.), respondiendo a cuestiones técnicas (como la manera de anclarse al soporte, la posibilidad o no de situarse a la intemperie, etc.), ecológicas (en relación a su toxicidad, huella de carbono, etc.), prestacionales (que además de térmico tenga propiedades acústicas, que permita un mayor aislamiento con un menor espesor, etc.) y normativo (que la fachada se encuentre protegida y por tanto no se pueda actuar sobre ella desde el exterior,...), entre otras.
Por todo esto, se recomienda siempre la realización de un estudio previo (bioclimático) de las condiciones del inmueble y la supervisión de este tipo de intervenciones por un profesional cualificado que sepa escoger la solución óptima para cada caso, adaptándose al tipo de inmueble y las necesidades del cliente, al tiempo que la intervención mantiene unos costes razonables, evitando que se produzcan efectos indeseados.
Más información: Mi casa no está aislada: ¿Y ahora qué? 1, 2 y 3
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